miércoles, 23 de noviembre de 2011

El Rígido

                                                                                                                 Por Santiago B.






Tiesísimo, más tieso que una mesa, con el corazón en la garganta y a punto de salírsele, intenta hablar pero no le sale, sólo tartamudea y la cara de freak se le acentúa. Mierda, entonces sólo piensa, mierda, mierda, cómo es que uno se mete tanto arroz como si nada, como si el despertol forte fuera cosa de niños, piensa, luego andan diciendo por ahí lo que andan diciendo, eso de la sarta de drogadictos, al menos si dijeran drogaditos, pero no, lo dicen con saña, con mala leche, enfatizando la ce de diCtos en la palabra, y claro, piensa, cuando se la escucha de esa manera hasta el más nerd queda como un violador de infantes.

Sus manos son como una pala automática, de la funda a la nariz, así, con pocas pausas. Sigue tieso y continúa como si fuera azúcar, como si fuera sal: la sal no sala y el azúcar no endulza, piensa el Rígido, pero bueno, se dice, de algo hay que quedar mal, y supone que se ríe para sus adentros, porque afuera el témpano de hielo, la momia, soy una momia con la nariz fría, y la música no me toca, piensa, la música es un cuchillo que pasa por mi lado sin darse cuenta que ando a punto de la bomba atómica, corazón de colibrí, a mil por hora, entonces alza la cerveza, dice salud mientras se inventa una mueca nueva en el lugar de la boca, una sonrisa retorcidísima, no hay espejos, sólo música, humo, mesas y mujeres jóvenes que imagina hablan de cosas sobre la biología y los derechos de tal o cual cosa. A veces tiene la sensación de que se va a caer patas pa´tras de la silla, pero se mantiene, se agarra como cangrejo  -imperceptiblemente- de la mesa, e intenta sonreír. Obvio que se me debe notar la cara de tieso que me manejo, se dice, pero bueno, ya no hay vuelta atrás, estoy aquí, en este bar, qué bar, este chupadero, con un 2 por ciento de mujeres bonitas, y un 100 por ciento de hombres feos, la verdad, así el 2 por ciento de mujeres esté disponible no podría ni lanzar una palabra ahí, tiene la boca como un trapo hecho nudo. Toma más cerveza y piensa, no queda más que cagarme de risa de todo esto, entonces se sube a la mesa, como escapándose del colibrí mismo que lleva dentro y dice salud! Así, como un flechazo en el medio del cuchillo de la música, dice ¡¡salud!! Y alza la voz, entonces la gente piensa que lo hace de verdad, que de verdad está ahí haciendo y diciendo eso: ¡¡salud!! Y alzan las copas, alguien parece sonreírle sinceramente, y él alza el vaso.

Esto es una cagada, piensa, pero no puede parar de sospechar que está sonriendo para adentro. Entonces vuelve a su lugar, y todo sigue igual, excepto que ahora ya no está tan tieso. Saca nuevamente la bolsita y, por supuesto, la pala automática de la mano comienza a moverse como un martillo petrolero. 


    



sábado, 22 de octubre de 2011

ADÁN O EL MALDITO DEFECTO DE RESPIRAR




La joya del odio es implacable:

Yo vi a la nada del Señor, cuando en un bostezo creó a Adán.
Y luego de un pequeño descanso, lo destajó en cuatro partes, no una costilla, no un pedacito,
sino en cuatro partes.
Para que salgan cual mitosis las otras voces que luego vi.


La tristeza del amor es implacable:

Era, de esas criaturas nacidas entre la carne o la plastilina de Adán, era ella la única con la que el crimen estaría garantizado, la pasión por los aromas, el cuchillo empuñado de amor sobre los otros, yo vi cómo el crimen nacía en ella, como portadora, y se transmitió cual papiloma al revés, a la altura del hipotálamo de Adán.


El engaño de los otros es implacable:

Hubo más criaturas, incluso aparecieron en versículos, los veía arrastrarse bajo los rayos del sol como huyendo del castigo de la nada.
Los vi mendigando algo con la cabeza siempre gacha, eran los mismos pedazos de Adán o Eva, eran, pero siempre estuvieron al final.



La tierra y su maldición es implacable:

Luego de besos de la sal, luego del fuego, vi ojos bajo el agua, lloraban a los primogénitos, vi esas plagas, vi, tanta muerte entre los brazos, tanta lepra vi, y el perfume de las cosas comenzó a cobrar sentido, y escribí el año y era 2011.







viernes, 19 de agosto de 2011

'EL ASTILLERO' DE ONETTI, A 50 AÑOS.


A los 50 años de la publicación de la novela El Astillero (Barcelona, Seix Barral, 1961) de Juan Carlos Onetti (Montevideo 1909, Madrid 1994) su vigencia sigue intacta y creciendo entre los nuevos y ávidos lectores de este auténtico autor de culto, La presencia de Onetti flota ahora más cerca de los jóvenes que hace años atrás. Su prosa, su estilo, son de una actualidad sorprendente, el tiempo -en esta obra que nos congrega virtualmente- es una justa fragmentación de la realidad. Aquí algunos apuntes concretos sobre los elementos de esta obra.  






LOS PERSONAJES: LARSEN Y OTRAS SOMBRAS


Este personaje -que sería el principal en esta extraña novela- podría venir a ser una representación de la imposibilidad, del ahogo o la impotencia de la experiencia de la vida en un mundo donde la comunicación (de cuerpo y alma) sería sólo un pequeño atisbo entre seres que viven aislados en sus propios pensamientos y limitaciones. Larsen inquieta, desespera como un Gregorio Samsa o como un personaje asfixiante de Oé. Nadie tiene la certidumbre, ni siquiera él de que sea un personaje verdadero. Hay resquicios de un pasado donde él, Larsen, posiblemente fue protagonista de alguna especie de hazaña o atrocidad, pero a las alturas de su edad, de su condición, las dos cosas podrían ser lo mismo. El punto de vista de este personaje es algo parcial en la novela, ni siquiera el propio autor tiene la certeza de la historia completa, siempre algo se escapará, siempre queda un espacio abierto por donde puede entrar cualquier especulación o cualquier historia que pudo haber sido paralela en el Astillero, o en cualquiera de los otros cuatro escenarios o subescenarios narrativos. Lo único aparentemente claro aquí es el físico de Larsen (o juntacadáveres, que sólo se lo nombra así dos o tres veces en toda la novela y no hay más explicación) que “camina lento y balanceándose, talvez más gordo, más bajo”, con su sombrero negro sempiterno, su sobretodo y su revolver Smith en la sobaquera.




Este ser que vuelve al pueblo de Santa María y a trabajar en el Astillero, que viene cargado de suspenso y una secreta venganza (o absurdo juego, o talvez el juego verdadero) para desquitarse de no se sabe quién, de todos o de nadie, o de él mismo, se deja conocer más que por sus actitudes o testimonios de otros personajes (de los cuales tampoco se tiene la certeza de la veracidad de sus aportes a la historia) por sus pensamientos, al igual que los personajes secundarios. Larsen tiene un peso metafísico que le lleva o le obliga a seguir jugando o escapando. Un aislamiento como un acuerdo tácito entre todos los demás personajes. Larsen piensa: “pero hubiera dicho ‘hice todo lo posible. Soporté algunas humillaciones e impuse otras. Recurrí a formas de violencia que usted conoce como yo (...) y cuya víctima es incapaz de describir en una acusación porque también está impedida de comprenderlas (...) porque somos hombres y las posibilidades de infamia son comunes y limitadas’ lo único censurable que hice fue fracasar”. Larsen lo piensa, poéticamente, pero sólo dice eso: lo censurable de su  fracaso.

Pero él regresa a su Provincia, “olisqueando el olor de su tierra natal antes de morir” y cumple inesperadamente (o premeditado inconscientemente) con un ritual en el momento que se acuesta con una mujer que en toda la novela no pasa de ser un personaje sin trascendencia aparente: “pensó que lo habían hecho volver a él mismo, a la corta verdad que había sido en la adolescencia (...) podía casarse con ella, pegarle o marcharse; y cualquier cosa que hiciera no alteraría la sensación de fraternidad, el vínculo profundo y espeso.” Es Josefina, la mucama de Angélica Inés (la loca) que es la hija de Jeremías Petrus, que a su vez es el dueño del Astillero, viejo lobo que pudo haber sido “a espaldas del destino” dueño de los días y las voluntades: “Jeremías Petrus, emperador de Santa María (...) y Astillero. Petrus, nuestro amo, velando por nosotros, nuestras necesidades y nuestra paga.” Petrus es el símbolo del juego absurdo de poder que juega Larsen, es su par y su contrario. Larsen piensa de él que: “no es una sonrisa esa arruga bien repartida que hace. No le importa nada ni nadie, y yo no soy yo, ni siquiera el cuerpo numero 30 o 40 que está ocupando esta noche el invariable Gerente General del Astillero (...) me lleva la otra ventaja de que, sinceramente, lo único que le importa es el juego y no lo que pueda ganar.”

Angélica Inés es la puerta de acceso a ese mundo idealizado, un mundo irreal, lejano y abandonado, al igual que el pasado de Larsen. Un mundo de desquites donde se imaginaría cómodo al calor de la chimenea mientras vive casado con “la loca” hija de Petrus, una chica extraña en su inocencia, corpulenta, con “una extraña manera de andar, de gorda, de mujer en cinta que busca equilibrarse” este personaje aparece también bajo el espectro de algo que jamás se concreta, como si siempre fuera a ser niña.

Algo magnífico de Onetti es que nos presenta la realidad de sus personajes mediante los pensamientos de los mismos, hay una complicidad cariñosa entre el lector y el personaje que se abandona a pensar, como Angélica Inés pensando de Larsen: “empiezo a sudar, a dar vueltas, dos horas, una hora antes de que llegue. Porque tengo miedo y miedo también de que no venga. (...) Pienso verdades de noche, cuando él no está y cuando encendemos velas a los santos y a los muertos. Pero en la glorieta siempre pienso mentiras; me habla, le miro la boca, le doy una mano, y él explica con paciencia quién soy y cómo.” Entonces la única posible verdad de la vida de estos personajes es su propia consciencia. Así como una posible verdad de esta historia sean los guiños que hace el autor como partícipe en la novela (hablando en partes de dos capítulos en primera persona del plural) o como narrador omnisciente que refuta o pone en duda los propios testimonios de los personajes, así al final, Larsen se despoja de todo juego, cansado hasta de su propia incredulidad “aceptó sin reparos la condición de estar muerto” presiente el fin, un rebote o un tiro por la culata que se viene contra ese mundo interior que es su propia bendición y condena.

Todo lo que ha fingido él, o han actuado en conjunto, el teatro ambiguo de las relaciones se desvanece de una manera trágica pero lejana, como un sueño inverosímil y delicado. Larsen piensa: “llega el momento en que algo sin importancia, sin sentido, nos obliga a despertar, y mirar las cosas tal como son” entonces, inclusive su muerte es algo relativo, porque pudo haber sido cualquier otro tipo como él, o alguien notoriamente diferente. Nos queda el beneficio de la duda con la existencia de tan fascinante personaje, que al final de la novela “murió de pulmonía en El Rosario antes de que terminara la semana y en los libros del hospital figura completo su nombre verdadero”.







LOS ESCENARIOS: EL ASTILLERO Y OTROS FANTASMAS               
       
“El Astillero abandonado, donde se herrumbran fierros y vidas” El Astillero es el leit motiv de la novela, aunque los sucesos subyacentes giren alrededor de las acciones. Es un edificio grande y cúbico, donde el viento frío de invierno entra por las ventanas desnudas del lugar, entre osamentas de máquinas y rincones olvidados. Con “una luz gris y desanimada” pero más allá de esta apreciación, el Astillero es un cúmulo o un batallón de fantasmas, un lugar decrépito que sin embargo es una especie de reflejo de lo que fue alguna vez. Donde hay gente que trabaja esperando eternamente una paga que nunca llega. No se sabe más del personal común de este lugar, llegan los rasgos colectivos de los trabajadores como una seña lejana e ininteligible.

El edificio del Astillero en definitiva es la gran farsa del viejo Petrus y el ambiguo pretexto de Larsen. Onetti crea unas atmósferas impresionantes en la novela. El invierno es otro fantasma, siempre con la lluvia y el viento entre los días, siempre con la amenaza latente de la primavera que hace que “los primeros brotes nos llenen de impaciencia y vayan convirtiéndose en enemigos de la escarcha y las pesadas nubes corpóreas, en hijos desterrados y nostálgicos de una primavera interminable.”

Al igual que el pueblo de Santa María, que llega a ser también un enigma cuando se indaga en la novela el pasado de Larsen. También está la glorieta, donde se producen los encuentros entre Angélica Inés y Juntacadáveres, pero aparte de ser sólo eso: una glorieta, es una especie de templo donde los dos pueden fingir con sinceridad, interactuar ahí, junto a su puerta oval, sus sillas y su mesa de piedra blanca, con el frío que entra por los costados, situada en un jardín lleno de estatuas igualmente blancas, donde Larsen “avanzaba entre olores y alturas vegetales, descubierto, entre los dos muros de la noche rápida perforados por la inmovilidad blanca de las estatuas” el mismo jardín de la gran casa del viejo Petrus, ese otro misterio alzado entre los arbustos, ambicionado por Larsen, la casa donde vivía Angélica Inés con el viejo y la mucama, con las ventanas superiores grandes y amarillas, y elevada para prevenir desgracias con los desbordes del río que también susurra su presencia en el transcurso de toda la novela.

Luego tenemos la Casilla, que es una dulce pocilga habitada por una mujer embarazada, un tipo que estorba sutilmente y que termina matándose, arrojándose al río, y dos perros hocicudos que siempre están al lado de ella. La Casilla es un simulacro de hogar, ahí se juntan las amistades y sus armisticios, entre Larsen, “la preñada” como él le decía, Gálvez: el hombre que estorbaba y Kunz, otro de los fantasmas que trabajaban en esa dimensión inhóspita del Astillero. Ahí se reunían a cocinar o a beber, “en el rincón de la Casilla que llamaban cocina”. Los escenarios son pocos, pero son cerrados o asfixiantes, no necesariamente kafkianos, insinúan oscuridad. Son muy bien logrados por el autor.







CONCLUSIÓN: EL SUSPENSO ABIERTO

Esta novela angustia. No tiene una fórmula secreta ni formal, pero está muy bien escrita, el lector llega a compenetrarse con el personaje, con las atmósferas y con la manera cómo Onetti desarrolla un suspenso que nunca termina: “Hubo, es indudable, aunque nadie puede saber hoy con certeza en qué momento de la historia debe ser colocada, la semana en que Gálvez se negó a ir al Astillero.”

Su prosa es sobria sin dejar de ser poética y exaltante,  juega a manera de interpolación (siempre con el beneficio de la duda) del autor con los lectores e inclusive los personajes: “...pero no cree en ella (...) tampoco cree que Kunz –que talvez esté vivo y talvez lea este libro- haya mentido voluntariamente.” Onetti se nos presenta cómplice y extraño a la vez, como absuelto de responsabilidad en la experimentación: “Ahora, en la incompleta reconstrucción de aquella noche, en el capricho de darle una importancia o sentido históricos (...) haciendo trampas con todas estas cosas que a nadie interesan y que no son imprescindibles, llega el testimonio del barman del Plaza.” Hay muchas historias aparentemente inconclusas, que son subhistorias de todo lo que se desarrolla ahí dentro. Utiliza muchísimo los recursos psicológicos: crisis internas de algunos personajes, monólogos que incomodan de alguna manera. El tiempo de la novela es simbólico y contemporáneo, porque Onetti manipula las técnicas, sobre todo las pausas, las proyecciones y digresiones; pero también encontramos una narrativa lineal que insinúa un siglo veinte un poco maduro y que termina en la muerte de Larsen.

Todas las huellas que nos remite esta novela (que bien puede ser “forma contenido y contenido forma”, como dice José Donoso) son sorprendentes desde una lectura inocente o liviana pero crítica. Donde siempre se aprende que las formas de escribir son infinitas, aunque talvez no los contenidos, pues como dice el Eclesiastés: “no hay nada nuevo bajo el sol”. Es una novela complicada y atrayente, una explicación difícil de algo que no existe; más o menos como dice Onetti en una de sus digresiones: “...siempre es difícil hablar del amor y es imposible explicarlo; y más si se trata de un amor que nunca conoció el que escucha o lee, y mucho más si sólo queda, en el narrador, la memoria de los simples hechos que lo formaron” nuevamente la imposibilidad, el desencuentro. Odiar a la literatura desde la literatura, como alguna vez escribió Cortázar, refiriéndose a Morelli, ese personaje que transita por Rayuela.


Javier Lara Santos
Quito, agosto de 2004.




martes, 9 de agosto de 2011

VALLEJO VISTO POR PERCY

(A partir de un borrador de César Vallejo)

Crack. Hizo una especie de lluvia en los museos. Ojo de madera. Ojo de humo de madera. Crack. Lo he visto, iba corriendo tras el color ocre de la batalla. Lo he visto. Crack. -Santa Martiria de la Benzina-, es dentro del color donde vivimos como momias, súbditos del señorío, Crack, No! es dentro del color de Szyszlo donde estamos sumergidos hasta el fango de la vida, Crack. Hoy. Hoy. Hoy. Te vi, te vimos, Poeta viendo al sureste del Poeta. No fue la bomba. Arco de hierba a la piel del día. Pum. fue esa, la tinta, el fondo del color como un sueño espeso, clavos de azúcar oxidada. El color a través de la ventana es la superficie. Szyszlo como una gran mancha en la mitad del corazón, del corazón del cuadro que está en la nada de la pared. Crack, fue esa, la tinta, la abeja, Crack, ese no poder decirte ni el mechón de pelo, Poeta. Una máquina inacabada por el tiempo y para el tiempo, Crack, la tinta a la altura de los ojos. Oscuro dentro de lo Oscuro. Las costillas del mar, Crack, Pum, Bing, Oh, D'ouh, Ich. Crack, te vi.
Ibas corriendo tras el color de la batalla.



  


domingo, 3 de julio de 2011

ESQUIRLAS COMO LUZ EN LA FRENTE (Santiago B.)

Si entonces la noche, su olor a madera quemada,
a ceniza sobre el mar, sus bisagras de aire, su sonido invisible,
fuera una noche bajo otra noche, en otros ojos
que no estuvieran en este lado dormido del mundo,
buscando las razones para el frío,
el silencio de las aves flotando en el aire casi inerte.
Si entonces, esta oscuridad no fuera un castillo
incrustado en la altura de la diástole,
un fantasma atravesando los campos de la niebla
como quien atraviesa los campos de la nada.
Si entonces una daga un corazón un beso
no fueran una daga un corazón un beso,
y la piel del lomo de la bestia de la noche
al fin descansara en la ceguera del cielo,
en el grito de las estrellas muertas siglos ha.
Si entonces, tu nombre volviera como humo de incienso
a entrar por la puerta de mis barcos,
a posarse sobre los mapas, los instrumentos,
sobre las manos en el pecho a manera de cubrir la bala,
el mordizco, la gangrena de esta noche, si entonces.  

jueves, 14 de abril de 2011

SON PALABRAS AL AIRE, PANTERITA






Lo fugitivo permanece y dura. 
                                                                                                  Francisco de Quevedo 



Cuando te quitas el disfraz de la seda y es la pólvora tu piel.
Cuando me miras casi de lejos a medio metro y nunca impones lo que siempre invocas.
Cuando amanece todo al revés y sin embargo besas a los hijos que jamás serán nuestros.
Cuando repites el sacro pecado sin opción a pena de muerte en el amor.
Cuando haces finta a tu armadura antes de salir al sol, o al abrazo de los extraños en la lluvia.
Cuando sueñas desnuda y tu mano me aprieta fuerte desde la prehistoria.
Cuando te veo tan fuera de tí, panterita, que no quiero más horca que la que merezco.
Cuando yaces con la furia de la piel sobre el aire de mi lecho. Panterita.
                                                                               


                                                                                             Quito, 22 de Julio de 2010.

domingo, 10 de abril de 2011

CHAMPION´S EVE




Recuerdo cuando era enfermera, dice Magda, en su lecho de muerte. Su hija la casada solloza tratando de aparentar fuerza, su hija la soltera tiene la cara como paralizada, no es miedo y no es apatía, es algo más; como si fuera la justificación del misterio. La soltera sostiene con fuerza una manta arrugada entre sus manos. Recuerdo cuando era enfermera en ese hospital de la guerra, dice Magda, y sobre todo recuerdo a ese pequeño hombre, lleno de esquirlas el cuerpo, y sin siquiera haber estado en batalla. Tenía muchas, sino todas las enfermedades, sífilis gota diabetes trombosis principios de cáncer, todas, menos en la cabeza, eso se veía, ni tampoco el síndrome de corazón débil, eso se veía. Pero sobre todo recuerdo cómo reía, su manera de reír, no como un desaforado, reía como convencido de que la felicidad no existe, y reía y reía, sin escándalo. Eso decía Magda, y entonces su hija la casada soltó un sollozo, y la soltera apretó más fuerte la manta arrugada en sus manos, y Magda, viendo algo en el aire que no era el aire, con los ojos limpios, como si la gloria fuera la enfermedad, comenzó a reír, reír y reír, pero no como una desaforada, más bien como convencida de que la felicidad, de que la felicidad.




jueves, 7 de abril de 2011

BUDDY

      



Me ha conocido a causa de una convocatoria en Chile para publicar una especie de Nueva Antología de la Poesía Gay. Por esos meses yo andaba tratando de escribir algo de narrativa. Cuentos cortos, en concreto. Uno que otro microcuento o microrelato, como quieran llamarlo. Había leído una recopilación de algunas de estas creaciones, donde se hablaba de este género como algo maravilloso, capaz de concentrar en poquísimas y contadas palabras toda una idea o historia trascendente. También hablaba del origen de estos que, para mi sorpresa, -esperando encontrar alguna referencia griega o de oriente- me sorprendí al enterarme, o convencerme, de que los mejores microcuentos que el compilador había leído, o que había descubierto, se encontraban en los epitafios de los cementerios de Latinoamérica.

Como sea. Yo andaba de arriba para abajo coleccionando microrelatos de todo tipo. Así que me la pasaba metido en internet bajando lo que pudiera respecto al tema. Así me ha conocido. Pero vamos por el principio. En una revista virtual de Chile, encontré unas referencias a este género literario. Primero encontré la palabra ‘literatura’. Di un clic y me topé con esto: ‘convocatoria para Antología de Poesía Gay’, di otro clic y ahí estaban los requisitos y la explicación. Había que mandar tres poemas inéditos o publicados (si eran publicados había que mandarlos con sus respectivos permisos para la impresión en la antología) me interesó la idea de mandar tres poemas y jugar a ser otro personaje. Un hombre enamorado de los hombres, o un hombre caliente por hombres. O un hombre deliberadamente humano, es decir, un ser con la conciencia despeinada (o bien puesta). Así que me apunté y desde esa misma tarde comencé a escribir los poemas. Primero tenía ciertas ideas o imágenes sueltas. Por ejemplo las nalgas algo robustas de un torero en plena lidia, o la espalda sudorosa y desnuda de los antiguos atletas griegos, o el rostro concentrado en combate de un centurión romano. Luego venían las palabras, comenzaba con bocetos sobre las imágenes que veía, por ejemplo, escribí una primera cosa titulada bullfighter buttocks, sí, en inglés; ya que el juego era mandar todas las poesías que mi regalada gana me concediera. Es decir, si iba a jugar, también quería hacerlo desde diferentes latitudes, ideológicas, geopolíticas, etc.  

Así que primero di vida a un poeta norteamericano de alguna parte del Mississippi, o de Illinois, para ser más exactos, llamado Sean Collins, con un libro inédito titulado The Bottom´s fellowship. Luego pensé en los más grandes y geniales maricones de la historia de la poesía, los franceses y así, entre una mezcla de Rimbaud, Genet y Verlaine, inventé otro autor galo, su nombre era Jules D’Orbey, y él había publicado unos cuantos libros de poesía. En sus datos biográficos se remarcaba que era uno de los más esmerados luchadores comprometidos con la difusión de la literatura gay, sobre todo en Colombia, donde residía desde hace algunos años. Algunos títulos de Jules eran, por ejemplo, Les merveilles de l’ombre, o sino pleurez enfants, pleurez. Y también di vida a un poeta ecuatoriano de mediana edad, soltero y acabado, calvo, misógino, hecho el apátrida, que se creía de extrema derecha y aburguesado, su nombre era Osvaldo Caizapanta. Un tipo completamente inverosímil. (Como algunas de las historias que inventé como temas para las composiciones.) Él había publicado un único libro que se supone daba mucho de qué hablar en las tertulias y los cafecitos circenses de los más guapos de barrio en la capital ecuatoriana. Su título era Crónicas de Antinoo.

Así comencé a sumergirme en las personalidades de estos poetas que ya tenían sus cuantos años, algunos inclusive me doblaban la edad y tenían unas biografías goliardescas, otros, sin embargo, eran un poco menores a mí y sus biografías más bien eran parcas.

Luego de unas dos o tres semanas ya tenía armados unos cuantos poemas cortos con reseñas de diferentes circunstancias. Como dije, las nalgas de un torero, (uno de los más simples pero fuertes, hacía referencias al escritor chileno Lemebel) los sueños húmedos de un adolescente francés leyendo las once mil vergas en marzo del 78, el amor de dos sordomudos en una ciudad desconocida del altiplano, dos monjas disidentes que alguna vez se habían prostituido por juego, escogiendo ellas mismas a sus propias clientas. Solo clientas, y luego de algunos años de viajar y de vivir de las ONG’s, habían decidido asentarse en una ciudad del África central, entre problemas de guerras civiles, violaciones y sida, habían consolidado su amor y su vocación final por ayudar al prójimo. Así inventé varias situaciones, algunas extremas y otras sólo contemplaciones.

Recolecté unos treinta y seis poemas de diferentes latitudes y naturalezas. Por ejemplo, uno de los poemas del ecuatoriano trataba de una nueva nación de superhombres gay afianzados en un poder instituido por un manejo total de un Estado tecnológico- científico. El poema se titulaba Chacana, un poema estrambótico, y realmente era para encolerizarse o reventarse de la risa. Como decía, reuní las biografías y los poemas de todos los vates y los mandé a la convocatoria desde diferentes mails, cada uno tenía diferentes direcciones electrónicas con nombres adecuados a su personalidad y su obra. Envié los treinta y seis poemas con los respectivos datos de cada autor, luego de una semana casi había olvidado el asunto. 

Por esos días trataba de mantenerme sobrio, es decir salía con conocidos o conocidas a reuniones de cumpleaños o parrilladas nocturnas. Pero me aburría soberanamente, la mayoría de mis amigos habían decidido abandonar el país por estudios o trabajo y se sentía su ausencia, como si la ciudad fuese una cosa enormemente extraña, y yo, un extraño más en mi propia ciudad. No hacía nada más que ir a cobrar la pensión que me dejaron mis difuntos padres. Comprar alguna cosa para comer por la noche y navegar por internet, a veces viendo pornografía o novedades del mundillo de la literatura. Así me mantenía intencionalmente alejado, exilado del resto de ciudadanos, ya casi nadie me visitaba, decían que yo era un tipo insoportable, pero en realidad (y esta es una secreta certeza) ellos eran los insoportables, con sus saludos, sus poses, sus peinados y sus frases de librería snob. Así que no tenía tiempo para perder, escuchando sandeces maquilladas de genialidad. No hablaba con nadie, nadie me llamaba ni yo llamaba a nadie. Mi pequeño departamento comenzó a oler un poco mal, pues me di cuenta que no había sacado la basura de una semana. Y siempre que iba a salir trataba de recordar sacarla, pero justo en el momento en que estaba en la puerta del edificio, ya en la calle, recordaba otra vez a la maldita basura que era como un fantasma, como una esposa o una mascota muerta en el piso de mi cocina, entonces no hacía nada más que mover la cabeza en signo de negación y tomar la calle.

Pasó como un mes cuando abrí uno de los mails, fue el del poeta turco de ascendencia árabe Abdullah El Barud (otra creación gay de este Brausen falseta) exilado en Rusia, donde podía ejercer con un poco más de libertad su afición por los adolescentes rubios, y encontré una respuesta de la convocatoria, me decían, o decían al poeta Abdullah, que sus poemas habían sido escogidos para la publicación en la Antología, lo cual me sorprendió mucho, pues en mi desfachatez de inventarme cada poeta de cada rincón viciado o no del planeta, no tenía mayor conocimiento de los turcos. Obviamente mandé las traducciones de sus poemas, que tenían referencias a deidades turcas y hechos históricos de esas latitudes, (vagamente consultados en la red) entremezclados con escenarios de Moscú, la plaza roja y la verga empalmada de un efebo de oro, que alumbraba la noche moscovita y la noche del alma de nuestro querido Abdullah.

Al principio no sabía si contestar o no el mail. Así que comencé a abrir los mails de los otros poetas y para más sorpresa, el poeta gringo también había sido aceptado dentro de la Antología de la nueva Poesía Gay. Era tan divertido, inclusive me imaginaba a los virtuales poetas saltando en un pie en sus respectivos pueblos abrazando a sus parejas o amantes de turno. Me animé a contestar por los dos, por Sean y por Abdullah. Los mails de la revista organizadora decían específicamente que necesitaban fotos de los autores, lo cual me hizo pensar un poco en abortar la broma, pero luego recordé ese jueguito virtual que alguna vez vi en la casa de alguna ex mujer: su hija, digamos que Marianela (era una niña muy linda y nos alegraba la vida) jugaba a inventar personajes para su casita virtual, es decir, podía arreglar las características de cada personaje que iba a habitar en ese mundo de computadora, por ejemplo, agregando bigotes a un óvalo de color piel, diferentes formas de ojos, variedad de cabelleras, anteojos, etc. Así me vino la idea y comencé a buscar fotos de diferentes fenotipos, gringos casi viejos como Sean, y Turcos robustos como Abdullah, y con un poco de ayuda de un adolescente tecnojunkie, (que no tenía idea de para qué me estaba ayudando) unas cuantas cervezas y dos que tres porros, hicimos aparecer en la pantalla a los dos poetas elegidos para la antología más nueva y más gay de Chile.

Envié sus fotos indicando que les era imposible viajar para allá, que sus actividades literarias y extra literarias no se los permitían. Pero poco importó, porque los organizadores no tuvieron ningún problema con eso, explicaron que no era estrictamente necesario que ellos fueran, que cuando la antología sea publicada, en unos cuatro meses, decían, se las harían llegar a sus respectivos países y ciudades. Así que al principio me relajé, pero inmediatamente después caí en cuenta que esos putos poetas no existían y que los chilenos iban a enviar los libros a Estados Unidos y Rusia respectivamente. Tenía que arreglar ese pequeño problema. Pensé por un momento en hacerme pasar como representante de ellos, o al menos de uno de ellos, pero luego se me ocurrió algo mejor (o eso creí) podía dar direcciones oficiales, como las oficinas de correos de los respectivos pueblos de Sean y Abdullah. Pero cuando ya me estaba comenzando a complicar vino la idea. Era tan fácil como mandar a comprar las antologías en el mismo Santiago de Chile con Carlos P. un amigo de los buenos que vivía allá desde el fin de su adolescencia -que le duró como treinta años-. Entonces me relajé y mandé direcciones aproximadas, de lo que pude averiguar de los mapas de las ciudades de los vates. Y esperé.

Luego de cuatro meses y medio aún esperaba noticias de la publicación, mi interés iba aumentando mientras pasaban los días, en los mails de los poetas se había acumulado una cantidad exorbitante de mensajes e invitaciones a páginas gay de avanzada, organizaciones casi secretas y todo tipo de cosas coloridas. Ya no me interesaba abrir nada de eso, sólo quería ver la broma concretada. Quería la Antología de la Poesía Gay en mis manos y admirar a esos poetas extranjeros que cada vez más, para mí, se iban rodeando de una mística reconfortante.

Una tarde llamé a Carlos y le expliqué lo que había hecho, reímos un poco, conversamos de los amigos que ya no están, de los proyectos musicales que tenía, decía que iba a volver a Ecuador, talvez para mayo del próximo año. Que tenía unos proyectos de música por acá. Quedamos en estar en contacto, pues él estaría pendiente de la publicación del libro. Me quedé más tranquilo.

Pero esa tranquilidad no duró mucho. Pues aquí comienza lo insólito de esta historia. Que talvez sea la última que cuente, y no por una intencional voluntad de Bartleby. Si no porque estoy comenzando a creer que tengo los días (o los minutos) contados.

Una noche, (hace unos pocos días) cuando estaba en mi departamento con una conocida, recibí una llamada sumamente extraña. Yo que ya casi no contestaba el teléfono, en esa ocasión me dio por contestar y lo que escuché, hasta el día de hoy, (hasta este momento al recordarlo) hace que se me alteren los nervios. Y no es que sea un tipo nervioso, pero eso fue algo tan extraño que no tengo explicación clara todavía: levanté el auricular y dije aló. Al otro lado sólo se escuchaba una especie de respiros o gemidos como de un animal grande o un hombre agitado, como ahogándose. No duró mucho, yo seguía diciendo aló, aló, pero no recibía respuesta alguna, más que los gemidos o gruñidos, luego colgaron, como azotando el teléfono al otro lado. Al principio lo tomé como una broma de algún desadaptado, pero cada noche comenzaron a multiplicarse las llamadas. Primero yo decía aló y cuando veía que nadie me contestaba al otro lado, y los gemidos parecían comenzar a acrecentarse, colgaba de inmediato. Pero esto de las llamadas sólo fue el principio de todo. Un día recibí una llamada de Carlos desde Santiago, su voz sonaba muy diferente, como si estuviese en algún lugar donde no pudiese hablar de ciertas cosas, lacónico, con frases entrecortadas e inentendibles, me decía algo del viaje, que ya no iba a venir más por acá, fue algo de lo que entendí. Entonces le pregunté por qué e inmediatamente escuché el bip de la llamada colgada. En los primeros días no le daba mucha importancia a esto. Luego, con las llamadas reiteradas de los gemidos, y con la noticia como bomba que me llegó de Chile, comencé a preocuparme en serio: Carlos había desaparecido de su apartamento y de su trabajo, nadie dio razón de él. Su novia sumamente preocupada fue quien me contó de la desaparición: encontraron su puerta abierta, adentro todo en orden, sólo una pista: una pequeña y delgada línea de sangre sobre la pared, nada más. 

Los días comenzaron a pasar más lentamente para mí, se me hacían tan largos, inimaginablemente largos, no entendía nada, (hasta ahora sigo sin entender, o talvez me rehúse a entender) pero lo que terminó por hacerme caer en cuenta de la importancia de este problema fue la última llamada que recibí anoche. Como de costumbre, trataba de leer para sofocar al insomnio (que en estos días se ha acentuado como nunca), entonces recibí la llamada, pero esta vez hablaron. Dije aló, un poco temeroso, con la voz ronca de miedo, ¿Santiago B.?, dijo una voz, con un tono ligeramente extranjero (no podría saber de dónde) al otro lado del auricular, eh eh, sí, con él mismo (inmediatamente después de dar esa respuesta me arrepentí sobremanera, aunque a estas alturas hubiese sido igual si decía cualquier nombre, ahora creo que este destino es inevitable, ridículamente inevitable) por un momento no hablaron, se quedaron escuchando, yo sólo podía oír una respiración acentuada al otro lado. Aló, sí, ¿quién es? Pregunté, la respiración continuaba... así que dije inmediatamente, armándome de valor: hey si no van a hablar no estoy para aguantar bromas estúpidas así que voy a colg... no pude terminar la oración. Escucha, me interrumpió la voz, revisa mañana en la mañana tu buzón... hay un regalito para ti. Sólo dijeron eso. Y en ese momento, por alguna cuadra aledaña del vecindario pasó una ambulancia o una patrulla, su sirena se la oía estruendosa a esas horas de la madrugada, pero lo más aterrador fue que también la oía a través del auricular. ¡Estaban cerca! talvez al pie del edificio, o en algún departamento cruzando la calle, ¡o talvez en mi mismo edificio! Entonces ya no pude dormir, comencé a pensar en tantas cosas y a relacionar los hechos, todos los hechos, con la broma de los poetas, la desaparición de Carlos, las llamadas de los gemidos, y luego esta última llamada. Ayer pasé la noche en vilo, pensando en qué iba a hacer respecto a mi buzón.

Eran las cuatro de la mañana cuando pensé en bajar a ver el buzón, pero no me atreví, luego pensé en aguardar a que aclare y mandar al conserje del edificio a que recogiera lo que sea que había para mí. También pensé en alguna mala pasada de algún amigo mío que hubiese llegado a la ciudad y se había enterado de mi broma, pero eso era imposible. En primer lugar yo no lo había comentado nada más que con Carlos, y él prometió guardar el secreto, además Carlos era uno de esos amigos que no tienen conexiones con mis otros amigos que viven en otras latitudes. Era improbable más que imposible. Así aguardé hasta las siete de la mañana, el día estuvo soleado, la luz me lastimaba los ojos a través de las ventanas, el ruido de los autos me molestaba, me dolía la cabeza, tenía un malestar como de resaca en todo el cuerpo. Pero tomé fuerzas y bajé. El conserje ya estaba despierto. Le pedí que vaya a mi buzón y que trajera lo que había en él. También pensé en alguna especie de bomba, pobre conserje pensé, pero inmediatamente me dije que era demasiada paranoia y traté de convencerme que todo esto debería ser sólo una broma ridícula. Pero el conserje no se demoró casi nada y mientras iba acercándose a mí, que lo esperaba en bata arrimado a una columna del hall, y con una cara de malanochado de los mil demonios, vislumbré que traía dos libros en sus manos, dos libros negros, un poco gruesos y una que otra publicidad de restaurantes y hojas de promociones de pizzerías de la zona. Tome, don, me dijo con una tranquilidad que me exacerbaba. Los cogí lentamente, casi dudando, con las manos crispadas y frías. Miré la tapa de los libros ¡eran las antologías! Dos, para más señas, estaban envueltas en sobres plásticos transparentes y con membretes a nombre de Sean Collins y Abdullah El Barud, respectivamente. Casi me caigo para atrás de la impresión, no entendí nada, o lo entendí, pero resultaba alucinante toda la situación. Dije gracias y subí de inmediato al departamento. Llegué, cerré con llave, fui a mi habitación y abrí los libros, efectivamente, ahí estaban mis poesías o las poesías de los vates extranjeros que yo había creado. Pero mi sensación, por el contrario de lo que yo creí que iba a sentir al tener en mis manos esos libros, fue de terror. Un terror inexplicable y absurdo, una incomodidad que parecía regarse por todas las paredes del departamento y por dentro de mi cuerpo. No supe qué hacer, hojeé los libros, los tiré al piso, los recogí de nuevo, los hojeé otra vez y los dejé en el velador, al lado de la cama.

Salí a la sala y prendí un cigarrillo. Traté de tranquilizarme y no pensar en nada.

Más tarde, hace un momento exactamente, recibí la última llamada. La llamada definitiva: hey, Santiago, ¿está listo? Preguntó la misma voz con acento extranjero. ¿Listo para qué? Dije automáticamente, Ud. sabe para qué, replicaron al otro lado, no, no sé... pues debe estar preparado, sólo dijo, ¡quién habla! Pregunté casi gritando y con la voz temblorosa. Soy Buddy, dijo la voz. Y colgó el auricular lentamente, como si su brazo se tomara todo el tiempo del mundo en asentar la bocina en su lugar. Así me ha conocido. Y sigo aquí sentado en la sala, fumando, aún aguardando este desenlace, esta situación absurdamente inevitable.  

lunes, 4 de abril de 2011

ABSURDISTÁN: sus delincuentes



Caminan con la frente en alto, fumando el aire entre los dedos.  Se han tomado las plazas, los parques, las calles, a manera de deuda histórica para reivindicar la legitimación de su gremio. En el centro histérico, se pueden conseguir tours temáticos dirigidos por algún ex caporal, entre los sitios más visitados por los turistas están la plaza del estupro, la calle de las puñaladas, la avenida del soborno, el museo de la sevicia, el estadio nacional del suplicio, el monumento a la felación no consentida, etc.

En ocasiones alguna turista del primerísimo primer mundo, jubilada y forrada en billetes como un animal disecado, -cargando su orden higiénico y estéril como una mochila de alpinista- logra conseguir un hospedaje en la casa de algún violador en la ruta de los tours convenidos, allí se instalan por semanas y hasta por meses, a veces sólo asoman llorando desconsoladamente en los balcones con pañuelos blancos, como fantasmas distópicos, fantasmas del futuro, otras veces andan por las casas de los delincuentes, desnudas y semitransparentes, mostrando su flacidez profiláctica, vociferando maldiciones, con el propósito de provocar que los dueños de casa las zarandeen a golpes, las arrastren de los pelos por los pisos de madera de las casas antiguas, y -si tienen suerte-, que las ultrajen con la violencia más exquisita de su gusto.  
Aunque los domingos por la tarde, sin falta, en la plaza del estupro, violadores y turistas jubiladas se reúnen a tomar el sol. Entre helados de sabores y palomas gordas como raposas, se dan uno que otro beso, como si nada, esperando que anochezca, -o que amanezca- para ver las fogatas a lo lejos.

jueves, 31 de marzo de 2011

ABSURDISTÁN: sus hijos




Los hijos de Absurdistán prenden fogatas en plena media noche (que realmente es medio día) y luego, cuando la llamarada sobrepasa algo que ellos llaman horizonte, proceden a apagarla con sus propios orines, así, dicen, se regodean sabiendo que nadie sabrá, ni supo, que alguna vez pidieron auxilio, que solo el humo invisible en plena noche (día) será el testigo sordomudo de su orgullo: el de sufrir sin medida ni responsabilidad, hasta que a alguien más se le ocurra prender otra pira.
Ellos dicen que es una terapia para los riñones. Yo, personalmente, les creo por temporadas. Y busco gasolina en alguna boca de sus hijas, las hijas de Absurdistán, pero ellas solo tienen gas lacrimógeno en sus lenguas. Es ahí cuando me dicen bienvenido, toma un alacrán y entra. Y entonces me vienen unas ganas olímpicas de orinar.

lunes, 28 de marzo de 2011

ÓNICE




No te apiades de mí,
úrgame hasta el hueso la medida de la vida.
Entra como montaña bajo la niebla, arriba, en mi sueño.
Entra como hecatombe y luego desciende la luz para que todos
nuestros nietos siembren el pan en la mesa única.



No me tengas piedad,
abofetéame en la mitad de la saliva.
Dispara el color del pintalabios, lanza contra mí el veneno puro
que guardas más que un tesoro.
Vierte en los ojos de mi boca, toda la rabia de tus labios.








de 'BIFRONTE Y OTROS TEXTOS'.

miércoles, 23 de marzo de 2011

MUNDIAL 78

todo comenzó por un ahogo sí
como caerse de cabeza en un pozo inmenso
lleno de estiércol y de rosas olvidadas
desde el cuarto día cuando ya todo parecía
estar más podrido que nunca
lleno de espejos desconocidos
yo llevaba el cuerpo naufragando
sombra no más
autómata del humo
y de la noche
sobre todo de la noche
que jamás fue la misma
y los ojos señores y señoras
la mirada de cuervo lejano
la boca sellada
una tumba de calcio
y acostumbrándome a dormir
en el asiento trasero de un auto
como tumba de drácula
mi féretro a gasolina
cangrejo ermitaño lleno de telarañas la cabeza
muerto muerto muerto
sonriendo en el espejo retrovisor
mordiéndome la piel que queda
la ceniza
mordiéndome ese gran vacío
de pus en el lugar del corazón
y sin embargo señoras y señores
qué sinceridad qué color del sol y de los días
qué circo se armó
cuántos psiquiátricos no me hubiesen envidiado
cuántos doctores no se hubiesen regodeado
con mis ojos saltando a través de los espejos
y sobre todo con la estoica estúpida suicida
manera de cuidarme las tripas el lugar del corazón la cabeza
qué elegancia criminal ante mi impavidez
ante la sombra que comenzaba a alzarse
como un gran murciélago
en el césped de los días
señoras y señores
pero todo roto estaba por dentro
todo se quedó pendiente
todo comenzó a crecer como un río
que se lleva las pocas casas
las tumbas del amor
los terrenos baldíos
sí señoras fue como al cuarto día
las montañas seguían ahí
el aire y su veneno seguían entrando
en mí como un tren de fuego
la belleza de las cosas
ya no era la belleza de las cosas
ahora sólo eran reflejos de una luz lejana
pero al cuarto día
ya no resucité
y no hubo cruces ni lanzas ni hospitales
hubo una mujer con cicatrices
un espectro que se reía como pájaro neurótico
un esqueleto de polvo que se alzaba gritando al sol
(el sol jamás se fue en esos días)
y al cuarto día la epidemia invisible
me arrollaba la garganta los brazos
enfermedad más invisible no había visto
pero esta mujer se acercó
y selló con un beso de vino en la frente de la fiebre
selló la locura es decir la abrió por completo
la desgajó la desbordó
y seguía riéndose como un gran pájaro de plumas negras
un pájaro escuálido gritando al sol
mientras yo me resignaba a la muerte de los antiguos sentidos
y ella que me sostenía sin tocarme
noté luego que estaba tan o más enferma que yo
y decidimos huir de qué
pues de nosotros
de los otros
escapar como dos maricones llenos de brisa
y de gafas
así que subimos al féretro a gasolina
y llegamos hasta el fin de la ciudad
nos detuvimos en un puesto de cachivaches
y compramos dos puñales
cuatro manzanas de cera y una figurilla de bronce
de vez en cuando nos deteníamos en algún minimarket
y ella se acercaba con un cuidado sobrenatural
a todas las cabinas telefónicas
y desde ahí mandaba noticias del paraíso
desde ahí también las noticias del infierno
desde ahí le llegaban las noticias de una niña de nueve meses
que estaba en alguna parte de la ciudad
que dejamos atrás
pero ella a veces no reía
y el silencio era el tercer ocupante del féretro a gasolina
entonces quitábamos los espejos
y comenzábamos a cantar
y uno que otro beso de polvo nos dábamos
y como dos maniquíes como dos muñecos inflables
nos llenábamos de aire respectivamente
los espacios de pus donde había estado el corazón
al cuarto día señoras y señores como les decía
se instaló la cursilería más profunda más asesina
más de feria de la soledad más esquizofrénica
todo esparcido por el horizonte de la carretera
pero de repente vimos una frontera
y los dos nos dijimos en silencio
que había que quemar las naves
que ya era el cuarto día y no había resurrección
que nunca más compraríamos un libro sobre el amor
que sólo robaríamos lo necesario
pura ficción y crímenes detectivescos
y novelitas de quiosco
nos dijimos al cuarto día
que teníamos que comenzar a escribir
nuestro propio libro sagrado
nuestra Biblia nuestro Corán nuestra Torah
nuestro vademécum de los crímenes del corazón
nuestro diario de genocidios invisibles
de atrocidades de ataúdes y besos
y de imágenes insoportablemente silenciosas
desvaneciéndose en el horizonte
así llegamos a la próxima ciudad
donde no había circos ni gitanos ni siquiera indios
y no pasamos allí ni una hora
no nos quedamos en un cuarto de motel en la mitad de la carretera
no vi cómo ella se cortaba los brazos en el baño
no vi su espalda desnuda retorcerse de ataques de amor
o de dolor y ella no me vio apuñalar a nadie
sobre todo a mí mismo
pasamos de largo por ese túnel del pueblo
y dimos a una llanura colmada de margaritas
y otras imágenes que eran igual de invisibles
y cada vez la enfermedad que no existía
nos iba carcomiendo el lugar donde quedaba el corazón
y el ahogo era irreversible
ya la ciudad estaba tan lejos
como también esa niña de nueve meses
que había salido del vientre de mi acompañante
lejos lejos tan lejos
que siempre nos acompañaban
pero mucho antes que decida cortarse los brazos
y que yo decida no hablar nunca más
en silencio y de mutuo acuerdo
decidimos seguir la autopista
hasta algún mar donde podamos ahogarnos de verdad
ya en total mutismo
mientras la imagen de nuestro auto
desaparecía en un camino recto hacia el completo olvido






Último poema del libro 'Del Acabose (antología imaginaria)' publicado por Rueca editores, Quito, 2008.

MALDITITO

No siempre la paz se ha acercado con sigilo hacia aquella unión,
y como un lagarto desesperadamente hambriento,
como un animal inconsciente de su furia,
he destrozado la promesa de tu piel en medio de las camas y los días.

Pero un destello, pero una sola palabra, pero acaso un grito,
como un golpe certero en medio de mis ojos, te entrego.
Un puñal de mi sangre en tus manos, un ataud lleno de piedras vacías.

Hoy no será festín, esta noche intoxicada de silencio,
ya el veneno de tu guerra flota en mi sombra,
ya el hombre que he sido muere en las escamas del lagarto,
como una emergencia de lo desecho, como un tributo a lo podrido.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Escritura del cuerpo: ¿literatura femenina?

                                                                                                           Por Santiago Vizcaíno


            A partir de los años sesenta y setenta del siglo anterior, en la literatura latinoamericana sucede un fenómeno que poco quiere advertirse dentro del canon patriarcal que ha dominado el sentido estético del oficio de la escritura: la creciente manifestación de un discurso femenino que se asienta sobre la figura del cuerpo. El Ecuador, por supuesto, y con toda justicia, ha asistido también al proceso de reivindicación de la mujer en todos los espacios. Si ese proceso se ha consolidado o se ha insertado tan solo como reconocimiento jurídico y político de participación que en la práctica real oculta y reproduce los mecanismos de poder masculinos, está todavía en franca tela de juicio.
Poco ha querido advertirse, digo, porque la hegemonía que imprime la validez estética ha designado que la escritura femenina de las últimas décadas ha sobreexplotado la llamada “escritura del cuerpo” en pos de dicho reconocimiento. Y cada vez que surge una nueva voz femenina que se introduce en la escena literaria, no dejamos de preguntarnos si su obra tendrá una propuesta “novedosa” que escape a la temática de su sexualidad. Tampoco se ha querido ejercer una amplia crítica porque tratar el fenómeno, desde los cánones de una heterosexualidad que se nos imprime como obligatoria, podría manifestar rasgos evidentemente machistas en detrimento de una valoración estética donde primen los valores literarios antes que los de género. Precisamente porque los valores literarios se han engendrado desde modelos patriarcales discutibles desde el punto de vista femenino.




Y es, además, significativo que, dentro de los distintos géneros literarios —que la escritura contemporánea pone ya en duda—, las mujeres ecuatorianas hayan escogido a la poesía como arma de combate de su realidad existencial. (Por supuesto, la idea de una literatura como arma de combate ideológica parece haber sido ya superada por el discurso político.) Pero es finalmente porque la poesía, como se nos ha planteado desde el modelo estructural de género literario, se establece como manifestación íntima de un yo que se enfrenta con el mundo; realidad entonces de lo privado, desgarramiento del sujeto al que la realidad le resulta insoportable. Postulados de una literatura —desde el romanticismo— que se niega a entrar en la dinámica de la modernidad.
Ha sido así que el discurso lírico femenino se engarza con esta idea para plantearse como género por excelencia del ideal de liberación. No han sido ni la novela ni el cuento ni el teatro, como sí ha ocurrido en otras latitudes, los escenarios predilectos para enfrentarse al orden de la masculinidad que las ha marginado a través de la historia. Sabemos, de antemano, que en nuestra tradición literaria el reconocimiento de las voces poéticas de mujeres ha sido nulo; para algunos, porque no han podido escapar de esa realidad íntima que les impide el diálogo sobre los grandes temas universales; para otros, porque hay una voluntad malograda de insertarse dentro de la hegemonía estética de lo masculino. Cualquiera que sea la respuesta, ha sido la visión de un conjunto crítico que ha valorado la literatura hecha por hombres, aun cuando sus temas o la realidad sexual del autor se manifiesten en el orden de la homosexualidad.



Es decir que mientras la literatura hecha por mujeres se patentice, valga la redundancia, en el esquema de lo femenino, no tendrá cabida dentro del modelo de la masculinidad moderna. Y no creo que sea un problema de persistencia, es decir, de la discusión del orden patriarcal, del enfrentamiento dicotómico entre estas dos esferas, sino mientras siga planteándose en oposición a la conciencia que pervive. Dice Margarita Pisano, en Lesbianismo: ¿Transgresión del mandato histórico o diversidad para discriminadas útiles?: “La historia de la especie humana está marcada con cuerpos diferentes, cuerpo-mujer/cuerpo-hombre. Sobre estos cuerpos sexuados se construye un sistema de significados, valores, usos y costumbres que normalizan tanto a nuestros cuerpos como a la sexualidad, delimitándolos exclusivamente al modelo de la heterosexualidad reproductiva.” Así, al varón se le asignan las capacidades de pensar, crear, organizar, que se traducen en un cuerpo como lugar de entrenamiento y desarrollo para el dominio. El cuerpo de la mujer, en cambio, se subordina a su función reproductiva esencial: la maternidad; sujeto instintivo, entonces, objeto de placer, anulada como sujeto pensante y subordinada al dominio del cuerpo masculino.
Parecerá obvia quizá esta digresión intrínseca que manifiesta un sistema cultural que construye la idea de feminidad, lo que no resulta obvio es que la literatura ecuatoriana escrita por mujeres se forje dentro de esta dicotomía. Hace algunos años, Sheyla Bravo se dio a la tarea de realizar una muestra de la poesía erótica femenina escrita por mujeres —La voz de Eros, Trama, 2006—, donde escribe: “Las mujeres tienen un órgano sexual hacia adentro, hacia sí mismo, hacia su interior; íntimo, emocional, reflexivo, secretoso, tremendamente personal, introvertido. Que recibe y acoge, que se llena y guarda. Que no tiene vida propia, pues no obtiene placer sin la participación integral y total de su dueña.” En oposición a lo masculino, del que manifiesta: “(…) ellos tienen un órgano práctico, utilitario, frío, por más ardiente que esté. Externo, hacia fuera de sí, hacia el mundo, extrovertido, expuesto, irreflexivo, casi impersonal. Tanto, que ellos mismo dicen ‘que tiene vida y decisiones propias’, pese a su dueño. Que se da mientras expulsa, se desahoga, se vacía”.



Con ello legitima que “el cuerpo y sus misterios” son el “territorio natural” de lo femenino. ¿Pero qué modelo persiste en este imaginario que delimita, tratando de invertir el orden, lo que corresponde a cada género sexual? Pues las formas de una normativa heterosexual; imprime una ética sexista que reordena a partir de lo físico el comportamiento humano. En ese sentido, Bravo desvaloriza la relación sexo-mundo del varón, para potenciar la intimidad del sexo-ser de la mujer. Sin menospreciar la labor de recopilación, lectura y ordenamiento que supone tamaña obra, la “guerrilla cultural” que afirma está detrás de este trabajo deja entrever que el modelo, donde la dicotomía asienta lo que corresponde a cada género, no puede escapar del sistema patriarcal impuesto que subordina y enfrenta. Y ese mismo orden esencialista de lo femenino también legitima sus propios valores estéticos, donde el ejercicio crítico que pueda realizarse, independientemente de su realidad como mujeres, imposibilita una reflexión desde un discurso que no sea el de la ginocrítica. Una literatura, entonces, que crea una estética donde prima el valor de lo que se considera femenino, “el cuerpo y sus misterios”, que se resume en marginalidad en sí misma, que se asume como bandera de la “intención de suscitar conciencias, remover pisos, desenmascarar pudores, encender cuerpos y movilizar energías”.
Hace falta, entonces, empezar por develar los misterios de ese cuerpo femenino que se convierte en literatura, atravesar los límites de género que solventan imaginarios que tienden a reivindicar con buenas intenciones pero que parecen marginar aún más la posibilidad interpretativa y el ejercicio riguroso sobre el material literario que se nos presenta, porque es posible que no haya que preguntarse más sobre lo femenino, ni siquiera sobre lo masculino en la escritura, sino sobre las estructuras que solventan y enmascaran la dicotomía. Hace falta que una conciencia lesbiana abra paso al diálogo y desestabilice las nociones de géneros sexuales y literarios. No es posible que persistamos en el error de dar la espalda a un fenómeno que lleva dos siglos de configuración, cuando la idea misma de Literatura, así con mayúscula, se encuentra en entredicho… 

lunes, 14 de marzo de 2011

CANCIÓN DE LOS AHORCADOS

                                                                                                                     ... et de la corde d'une toise
                                                                                                           saura mon col que mon cul poise*.

                                                                                                                                   FRANCOIS VILLON
Y de qué luna de alambre frío
regresará esa célula que brilla en tu saliva:
el semen regado sobre el aire y temblando
como un ave sonámbula.

Mañana restaremos muchas balas al viento:
es la cuerda al cielo, la tensión sobre la nube y el pantalón vacío.
Es el insomnio en la garganta,
una pecera soñada desde los ojos ya muertos,
de amantes torcidos por la luz de los patíbulos.

Hoy, sin piso, sin polvo en los pies,
sobre este grito que no existe
los ahorcados van y vienen,
reyes de los óvulos del silencio,
van y vienen
como en una canción de ropa mojada y crimen,
de genitales inertes y erectos.
Van y vienen
besando la oscilación de la nada sobre el cuerpo.
La oscilación del horror en la mirada seca de los muertos.








* '... y de una soga de dos metros / sabrá mi cuello lo que mi culo pesa'. Francois Villon

jueves, 10 de marzo de 2011

LUZ



Terminaron de almorzar, él se dirigió hacia la computadora, a revisar sus correos, ella salió al jardín, a fumar un cigarrillo en completo silencio, mientras miraba detenidamente el movimiento suave de las hojas más altas de los arbustos en el viento. Una calada larga a su cigarrillo, entrecerraba los ojos, sostenía el humo con toda la paciencia del mundo, y luego lo soltaba como un pequeño dragón satisfecho. Eran casi las 2 pm, el ruido de los autos afuera pasando. Uno que otro pájaro cruzando veloz sobre el jardín, un grito de un niño a lo lejos, la claridad pálida de la tarde, todo confluyendo en el instante de ella y su cigarrillo, mientras él tecleaba su computadora a pocos metros, dentro de la casa, a pocos metros, pero muy lejos.
Otra calada a su cigarrillo, ahora veía las nubes, recordaba el juego de las figuras cuando niños, y cuando adolescentes, y toda la vida. Nunca había dejado de jugar a eso, a descubrir formas de animales o cosas en las nubes, y no sólo en las nubes, también le gustaba descubrir rostros de seres, figuras de otros animales, objetos como barcos por ejemplo, en las manchas de cualquier pared, de cualquier superficie, jugar, casi con todo lo que rara vez alguien se imaginaría jugar, ver diminutos animales como dinosaurios en las pequeñas plantas que crecían en las divisiones de cemento de las veredas, los anuncios a medio arrancar de los postes, y claro, las baldosas, las divisiones de todo tipo sobre el piso, saltando sin tocar ni una línea, así iba a donde sea, al trabajo (si trabajara) al mercado, a una fiesta, a donde sea, jamás pisando las líneas divisorias del piso, para así evitar la secreta maldición que conllevaría eso, una secreta maldición que ni ella misma sabía exactamente de qué trataba, pero intuía.
Adentro él seguía embebido en la computadora, había poca luz en la sala, por un momento ella volteó la cabeza y se quedó observándolo, mientras sostenía su cigarrillo con una larga ceniza vertical, pasó otro auto, ella reaccionó, y volvió a su cigarro y a su jardín, ese lugar de la casa era el sitio donde se concentraba toda la paz que necesitaba, ahí, en ese pequeño jardín salvaje y silencioso, con una pequeña fuente de agua quieta en forma de rana de barro. Ese era su ritual, todos los días, luego del almuerzo, iba a sentarse allí, en la silla larga y metálica pintada de blanco, como las de los parques. Y sacar su cigarrillo y luego dejarse ir en el humo, en la contemplación del verde vegetal, del espejo de agua apenas temblando en la fuente en forma de rana de barro, irse, nada más. Esa era la forma -una forma- más parecida a la felicidad.
Prendió la luz de la sala, él se había levantado de su sitio para ir a la cocina por un vaso de agua, la computadora ahora tenía la pantalla brillando y su reflejo se podía denotar a través del vidrio que recubría una réplica de un cuadro en la misma sala. Esa luz no le agradaba, esa luz fría de las máquinas, de las pantallas, de los televisores, una luz casi gris o celeste y moribunda, no, nunca le había agradado ese color de la luz artificial, desde que tenía memoria. Él volvió con un vaso de jugo (en el último instante talvez había decidido cambiar de opinión y ya no agua sino jugo) se sentó cómodamente en la silla frente a la computadora, tomó un sorbo pequeño, y volvió a meter su cabeza en la luz fría de la pantalla. Ahora ella se había acabado el cigarrillo, talvez pensaba o estaba indecisa si prenderse otro o no, o sólo quedarse viendo la atmósfera de su jardín, respirando la luz de la tarde, ésta sí parece luz, dijo sin soltar palabra, apretó un poco los labios delgados, y sacó otro cigarrillo, humo, humo, más humo, y volvió a su viaje interior.
La playa, una luz amarilla de trópico, un atardecer, un perro corriendo al fondo, donde la mirada se encuentra con un gran muro natural de rocas y tierra color marrón, al final de la arena, en la desembocadura del mar. Una chica caminando o trotando, más gente, de hecho poca gente al fondo, también caminando, conversando algo que jamás sabremos, paseando todos cerca del gran muro natural, de espaldas a la mirada de quien imagina esto. Sólo intuir las huellas de las pisadas que no quedarán por mucho hasta que suba la marea, rostros que jamás veremos porque talvez, sea cierto, son rostros imaginados en estas palabras y rostros en definitiva que caminan dándonos las espaldas. Pero la playa, el sonido de las olas reventando calmas, aguardando ese atardecer. Un poco de humo le rozó el ojo, le ardió, se rascó con suavidad y luego siguió mirando la luz del mar, ese color tan extraño de estas costas, ese amarillo casi incendiando el cielo, pero es una fiesta tan triste el atardecer en el mar, piensa ella, qué palabra poderle dar a ese color de la luz en la costa marítima, no, ninguno, porque el color no es eso sino la acción que provoca, y la acción es tragar saliva, evitar un comentario, entrecerrar los ojos, extender la mirada, sentir una pequeña explosión en el corazón, un pequeño ¡bum! Y ya, luego tomar aire, y seguir viendo el cielo incendiado del mar como si nada hubiese pasado.
Ya iba por la mitad de su cigarrillo, y la luz cada vez más se iba asemejando a la luz tan deseada y esperada por ella, la de la agonía del viento de la tarde, esa promesa de dormir la guerra de los ruidos de la calle, una luz igual de mortecina, como la del mar, pero seca, más que seca, con olor a madera, a mueble antiguo que duerme en mitad de una sala oscura, casi llega, se dice para ella misma, casi llega, ya mismo, esa luz que tanto ama ella, cómo explicárselo, si ni siquiera ella misma sabía definir las sensaciones que le provocaban esas tonalidades, esa atmósfera sobre el cielo de la tarde en su ciudad natal, desde su infancia.
Él comenzó a reír adentro, ahora parecía estar chateando, la luz de la pantalla se estrellaba en su rostro, pero sobre todo en sus anteojos, que parecían dos navecitas flotando en la cara, como hurgando algo, dos navecitas inquietas e incómodas. Ella siguió sentada en su banca de parque dentro del jardín, ya había terminado su segundo cigarrillo, y esta vez sólo quería contemplar todo desde el silencio de su comodidad. Así se mantuvo por un muy largo rato, sin pensar en los ruidos de los motores afuera, una puerta cerrándose con violencia en alguna casa cercana, otro ladrido de perro a lo lejos, y el incesante tecleo de él sobre la computadora. Ahora veía la luz de un río con muchas piedras atravesadas, agua fría, sonido de corriente, de caudal, y otra vez la luz, esa luz de brisa alta, de tierra alta, de silencio en el mundo y sólo el agua chocando en las rocas, una luz inevitablemente triste.
Y es justo en este instante en que acaba de caer en cuenta de algo tan cierto como el aire que respira: toda, pero toda la luz de los días en los diferentes lugares que ella ha conocido, los muelles del sur del continente, la luz de la nieve sobre los volcanes, la luz oblicua en el otro hemisferio, sobre los grandes edificios, esa luz débil e inofensiva y lejana en el ocaso sobre la metrópolis, la luz sobre las grandes plazas de un país de nieve, sobre los árboles helados y casi invisibles, la luz de la selva en los domingos, una de las peores por estar rodeada de tanta vida y a la vez saudade, la claridad de los sábados por la mañana, de los jueves por la tarde, la luz de la víspera de la navidad, toda, absolutamente toda la luz que ella veía o percibía, estaba preñada de una tristeza infinita. Y aquí ella pensaba que infinita podría sonar exagerado, trágico -pero no- infinito es como eterno, y la eternidad dura menos que un segundo, como ese segundo que ella se tomaba para respirar la luz, toda la luz de los días en el mundo, tanta falsa felicidad estos rayos de claridad, se decía, y entonces cayó en la cuenta que la única y absoluta luz que le daba sentido a eso que ella no entendía, pero confundía con la felicidad, era la luz de la noche, de todas las noches, esa presencia ausente que vibraba como flameando en todo el aire oscuro lo que realmente hacía sentir sosiego a su corazón y sus respiros.
Ahora ya no prendió más cigarrillos, sólo se puso a escuchar, inconscientemente, el incesante tecleo de él sobre la computadora, en la sala iluminada de luz artificial, y respiró en una forma muy parecida al alivio.