sábado, 22 de octubre de 2011

ADÁN O EL MALDITO DEFECTO DE RESPIRAR




La joya del odio es implacable:

Yo vi a la nada del Señor, cuando en un bostezo creó a Adán.
Y luego de un pequeño descanso, lo destajó en cuatro partes, no una costilla, no un pedacito,
sino en cuatro partes.
Para que salgan cual mitosis las otras voces que luego vi.


La tristeza del amor es implacable:

Era, de esas criaturas nacidas entre la carne o la plastilina de Adán, era ella la única con la que el crimen estaría garantizado, la pasión por los aromas, el cuchillo empuñado de amor sobre los otros, yo vi cómo el crimen nacía en ella, como portadora, y se transmitió cual papiloma al revés, a la altura del hipotálamo de Adán.


El engaño de los otros es implacable:

Hubo más criaturas, incluso aparecieron en versículos, los veía arrastrarse bajo los rayos del sol como huyendo del castigo de la nada.
Los vi mendigando algo con la cabeza siempre gacha, eran los mismos pedazos de Adán o Eva, eran, pero siempre estuvieron al final.



La tierra y su maldición es implacable:

Luego de besos de la sal, luego del fuego, vi ojos bajo el agua, lloraban a los primogénitos, vi esas plagas, vi, tanta muerte entre los brazos, tanta lepra vi, y el perfume de las cosas comenzó a cobrar sentido, y escribí el año y era 2011.