todo comenzó por un ahogo sí
como caerse de cabeza en un pozo inmenso
lleno de estiércol y de rosas olvidadas
desde el cuarto día cuando ya todo parecía
estar más podrido que nunca
lleno de espejos desconocidos
yo llevaba el cuerpo naufragando
sombra no más
autómata del humo
y de la noche
sobre todo de la noche
que jamás fue la misma
y los ojos señores y señoras
la mirada de cuervo lejano
la boca sellada
una tumba de calcio
y acostumbrándome a dormir
en el asiento trasero de un auto
como tumba de drácula
mi féretro a gasolina
cangrejo ermitaño lleno de telarañas la cabeza
muerto muerto muerto
sonriendo en el espejo retrovisor
mordiéndome la piel que queda
la ceniza
mordiéndome ese gran vacío
de pus en el lugar del corazón
y sin embargo señoras y señores
qué sinceridad qué color del sol y de los días
qué circo se armó
cuántos psiquiátricos no me hubiesen envidiado
cuántos doctores no se hubiesen regodeado
con mis ojos saltando a través de los espejos
y sobre todo con la estoica estúpida suicida
manera de cuidarme las tripas el lugar del corazón la cabeza
qué elegancia criminal ante mi impavidez
ante la sombra que comenzaba a alzarse
como un gran murciélago
en el césped de los días
señoras y señores
pero todo roto estaba por dentro
todo se quedó pendiente
todo comenzó a crecer como un río
que se lleva las pocas casas
las tumbas del amor
los terrenos baldíos
sí señoras fue como al cuarto día
las montañas seguían ahí
el aire y su veneno seguían entrando
en mí como un tren de fuego
la belleza de las cosas
ya no era la belleza de las cosas
ahora sólo eran reflejos de una luz lejana
pero al cuarto día
ya no resucité
y no hubo cruces ni lanzas ni hospitales
hubo una mujer con cicatrices
un espectro que se reía como pájaro neurótico
un esqueleto de polvo que se alzaba gritando al sol
(el sol jamás se fue en esos días)
y al cuarto día la epidemia invisible
me arrollaba la garganta los brazos
enfermedad más invisible no había visto
pero esta mujer se acercó
y selló con un beso de vino en la frente de la fiebre
selló la locura es decir la abrió por completo
la desgajó la desbordó
y seguía riéndose como un gran pájaro de plumas negras
un pájaro escuálido gritando al sol
mientras yo me resignaba a la muerte de los antiguos sentidos
y ella que me sostenía sin tocarme
noté luego que estaba tan o más enferma que yo
y decidimos huir de qué
pues de nosotros
de los otros
escapar como dos maricones llenos de brisa
y de gafas
así que subimos al féretro a gasolina
y llegamos hasta el fin de la ciudad
nos detuvimos en un puesto de cachivaches
y compramos dos puñales
cuatro manzanas de cera y una figurilla de bronce
de vez en cuando nos deteníamos en algún minimarket
y ella se acercaba con un cuidado sobrenatural
a todas las cabinas telefónicas
y desde ahí mandaba noticias del paraíso
desde ahí también las noticias del infierno
desde ahí le llegaban las noticias de una niña de nueve meses
que estaba en alguna parte de la ciudad
que dejamos atrás
pero ella a veces no reía
y el silencio era el tercer ocupante del féretro a gasolina
entonces quitábamos los espejos
y comenzábamos a cantar
y uno que otro beso de polvo nos dábamos
y como dos maniquíes como dos muñecos inflables
nos llenábamos de aire respectivamente
los espacios de pus donde había estado el corazón
al cuarto día señoras y señores como les decía
se instaló la cursilería más profunda más asesina
más de feria de la soledad más esquizofrénica
todo esparcido por el horizonte de la carretera
pero de repente vimos una frontera
y los dos nos dijimos en silencio
que había que quemar las naves
que ya era el cuarto día y no había resurrección
que nunca más compraríamos un libro sobre el amor
que sólo robaríamos lo necesario
pura ficción y crímenes detectivescos
y novelitas de quiosco
nos dijimos al cuarto día
que teníamos que comenzar a escribir
nuestro propio libro sagrado
nuestra Biblia nuestro Corán nuestra Torah
nuestro vademécum de los crímenes del corazón
nuestro diario de genocidios invisibles
de atrocidades de ataúdes y besos
y de imágenes insoportablemente silenciosas
desvaneciéndose en el horizonte
así llegamos a la próxima ciudad
donde no había circos ni gitanos ni siquiera indios
y no pasamos allí ni una hora
no nos quedamos en un cuarto de motel en la mitad de la carretera
no vi cómo ella se cortaba los brazos en el baño
no vi su espalda desnuda retorcerse de ataques de amor
o de dolor y ella no me vio apuñalar a nadie
sobre todo a mí mismo
pasamos de largo por ese túnel del pueblo
y dimos a una llanura colmada de margaritas
y otras imágenes que eran igual de invisibles
y cada vez la enfermedad que no existía
nos iba carcomiendo el lugar donde quedaba el corazón
y el ahogo era irreversible
ya la ciudad estaba tan lejos
como también esa niña de nueve meses
que había salido del vientre de mi acompañante
lejos lejos tan lejos
que siempre nos acompañaban
pero mucho antes que decida cortarse los brazos
y que yo decida no hablar nunca más
en silencio y de mutuo acuerdo
decidimos seguir la autopista
hasta algún mar donde podamos ahogarnos de verdad
ya en total mutismo
mientras la imagen de nuestro auto
desaparecía en un camino recto hacia el completo olvido
Último poema del libro 'Del Acabose (antología imaginaria)' publicado por Rueca editores, Quito, 2008.