miércoles, 23 de febrero de 2011

2. DIÁLOGO ENTRE FRIGO Y SILICIA: VERANO

2. VERANO


SILICIA:
Cuando la sombra del primer astronauta muerto,
vuelva en sueños sin una gota de cocaína,
y tu mano no sueñe ya más con otra galaxia -que la de la estrangulación-,
me levantaré del piso para proteger el futuro de la ceniza:
la gran pereza en el medio de las iguanas añadidas a la cama.
Cuando salga el último astronauta de mi habitación,
Casi muerto, (mordiendo la piedra la piel el lecho el sacramento de mi veneno),
del hangar,
entonces deberás partir hacia el oeste,
en busca de algo parecido
a la claridad del agua,
a la vastedad del corazón en la licuadora bajo el desierto,
a lo diáfano del vómito de una cama.

FRIGO:
Alguien,
hace mucho tiempo,
alguien que caminaba sobre el trigo,
(mucho antes de la guerra),
me contaba la historia de tus antepasados,
del primer templo donde dormitaban los rostros pulidos de tus reyes.
Y yo no hacía más que caminar en círculos, -escuchando el génesis-,
la fundación, el grito del primate,
la cuchilla de la cultura con hambre de castrar, la blasfemia atlética,
ese, su vino regado por las hojas de coca,
como si la democracia fuese
mi botella de alacranes ovando en tus pezones.


SILICIA:
La placenta, esa era la estrella.
el cubil lleno de carne cruda,
donde mis púas eran destinadas
al proyecto de maqueta del cielo.
El estertor
de mis antepasados siempre estuvo
 en el fondo de mis espejos, de los trailers,
con los que atropellaba (como Hamsun) 
a las mascotas vestidas más vírgenes que nunca.
En los subterráneos, donde iba en siglos con la nariz amortajada,
antes a visitar a los condenados,
recuerdo el sol de aquellos mundos, del olor a semen de las ratas,
nadie bajo el día estaba sano para siempre,
y eso era la pureza de dios, de dhios, de dihos.
Nadie en sus cabales hubiese vivido en la limpieza –para siempre-.

FRIGO:
Recogí el agua amarilla de algún horizonte, cuando dormía.
Talvez había castillos derruidos.
O cadáveres gritando aún su cara de sexo con los perros y las jirafas.
Mis manos eran de madera seca, o de asesina como tú,
dentro de la iglesia y los vellos púbicos,
y cuando volvía sobre el camino
veía a todas las mujeres muertas, riendo desde el fondo de las lápidas,
agarrándose entre ellas las tetas mientras se limpiaban los últimos mocos de la vida.
A veces me sentaba bajo el ocaso, en el descanso abría el pan
y lo masticaba entre las fauces, como si fuesen flores hechas de botellas rotas,
con ese desgano comía el pan,
con la rabia ocre de los amantes
que se atragantaron por la misma emergencia
de lo que desearon.

SILICIA:
Talvez entonces había peste,
y mis castillos de banderas incineradas,
o de sífilis
o matrimonios venéreos dentro del concierto del asfalto
 aún apuntaban hacia el cielo.
Mientras tú volvías sobre tu cerebro niño,
comido por los alacranes
en cualquiera de tus vacaciones,
donde asesinaste a tus madres y a unos cuantos tíos ajenos.
Con el pan bajo la boca
yo despertaba en medio del incendio,
escuchaba martillazos, soñaba con gigantes
y con abuelos ebrios para siempre
y con muletas que nos incitaban a la pentasexualidad.
Y me apretaba el pecho contra los muros de mi orangután
de huesos en el corazón de la ceniza.
Así espantaba la soledad del aire en mis pulmones.
Así el hierro de mis fluidos se iba haciendo más fango para
la celebración del beso de la noche,
o del cementerio o de la lápida o del hastío,
al final ni Shakespeare te quedaba vivo,
la noche de la noche del beso de un beso de la cerveza de una cerveza.

FRIGO:
Solo me quedaba en aquel entonces, algo más de agua bajo el pan seco,
Infecto, infecto, infecto, y sin cadenas, esa era la diócesis postgonorréica que esperaba.
Una estatua de sal en grano como perica en la memoria
y una daga para volver cuando el sol sea cierto.
Pero no volví, me quedé en los subterráneos
viviendo en trenes viviendo en sombras de pesadillas,
desempolvando una historia donde tu nombre ya no era tu nombre,
ni el nombre de las hortalizas de la mesa,
ni el de la mosca que nacerá en doscientos años
para darte la lógica del cetro y la ceremonia.
Recuerdo que el agua era amarilla para siempre
y toda la claridad era una copa de ceniza en la garganta de los seres vivos.

SILICIA:
Y del nido entonces salieron más niños con navajas, o con sida,
otros con teas o llenos de arañas en el abrazo.
Apuntaban hacia los templos donde nunca entraste para besar la piedra de mis labios.
Pero tú, entonces te llamabas Joaquina, o Celero, o Dríamos.
Pero entonces yo estaba bajo el signo de Celesia, o era Estírlia o Candónema.
No recuerdo,
porque lo que es mentira siempre será más respetable
que la venerea pus de la verdad.

FRIGO:
La manera de sobrevivirnos era una música donde los funerales eran ríos boca abajo.
Y los colores de los hospitales olían a castillos de fotos de otros colores.
Recuerdo las sílabas colgadas de los arboles,
cabezas de gallo hediendo a alcohol,
y uno que otro viejo sabio que no nos abrazaba
pero pedía a gritos que lo incendiásemos.
Recuerdo, entonces, las flechas atravesadas en las lenguas de los guerreros,
que era la misma lepra que en ese tiempo padecían todos los pianos,
la piel leoparda e invisible de los pianos,
ni qué hablar de los colmillos obscenos de los pianos.
¿O eran todos decapitados por felices en la boca del miedo de peluche?
Hazme acuerdo.