viernes, 19 de agosto de 2011

'EL ASTILLERO' DE ONETTI, A 50 AÑOS.


A los 50 años de la publicación de la novela El Astillero (Barcelona, Seix Barral, 1961) de Juan Carlos Onetti (Montevideo 1909, Madrid 1994) su vigencia sigue intacta y creciendo entre los nuevos y ávidos lectores de este auténtico autor de culto, La presencia de Onetti flota ahora más cerca de los jóvenes que hace años atrás. Su prosa, su estilo, son de una actualidad sorprendente, el tiempo -en esta obra que nos congrega virtualmente- es una justa fragmentación de la realidad. Aquí algunos apuntes concretos sobre los elementos de esta obra.  






LOS PERSONAJES: LARSEN Y OTRAS SOMBRAS


Este personaje -que sería el principal en esta extraña novela- podría venir a ser una representación de la imposibilidad, del ahogo o la impotencia de la experiencia de la vida en un mundo donde la comunicación (de cuerpo y alma) sería sólo un pequeño atisbo entre seres que viven aislados en sus propios pensamientos y limitaciones. Larsen inquieta, desespera como un Gregorio Samsa o como un personaje asfixiante de Oé. Nadie tiene la certidumbre, ni siquiera él de que sea un personaje verdadero. Hay resquicios de un pasado donde él, Larsen, posiblemente fue protagonista de alguna especie de hazaña o atrocidad, pero a las alturas de su edad, de su condición, las dos cosas podrían ser lo mismo. El punto de vista de este personaje es algo parcial en la novela, ni siquiera el propio autor tiene la certeza de la historia completa, siempre algo se escapará, siempre queda un espacio abierto por donde puede entrar cualquier especulación o cualquier historia que pudo haber sido paralela en el Astillero, o en cualquiera de los otros cuatro escenarios o subescenarios narrativos. Lo único aparentemente claro aquí es el físico de Larsen (o juntacadáveres, que sólo se lo nombra así dos o tres veces en toda la novela y no hay más explicación) que “camina lento y balanceándose, talvez más gordo, más bajo”, con su sombrero negro sempiterno, su sobretodo y su revolver Smith en la sobaquera.




Este ser que vuelve al pueblo de Santa María y a trabajar en el Astillero, que viene cargado de suspenso y una secreta venganza (o absurdo juego, o talvez el juego verdadero) para desquitarse de no se sabe quién, de todos o de nadie, o de él mismo, se deja conocer más que por sus actitudes o testimonios de otros personajes (de los cuales tampoco se tiene la certeza de la veracidad de sus aportes a la historia) por sus pensamientos, al igual que los personajes secundarios. Larsen tiene un peso metafísico que le lleva o le obliga a seguir jugando o escapando. Un aislamiento como un acuerdo tácito entre todos los demás personajes. Larsen piensa: “pero hubiera dicho ‘hice todo lo posible. Soporté algunas humillaciones e impuse otras. Recurrí a formas de violencia que usted conoce como yo (...) y cuya víctima es incapaz de describir en una acusación porque también está impedida de comprenderlas (...) porque somos hombres y las posibilidades de infamia son comunes y limitadas’ lo único censurable que hice fue fracasar”. Larsen lo piensa, poéticamente, pero sólo dice eso: lo censurable de su  fracaso.

Pero él regresa a su Provincia, “olisqueando el olor de su tierra natal antes de morir” y cumple inesperadamente (o premeditado inconscientemente) con un ritual en el momento que se acuesta con una mujer que en toda la novela no pasa de ser un personaje sin trascendencia aparente: “pensó que lo habían hecho volver a él mismo, a la corta verdad que había sido en la adolescencia (...) podía casarse con ella, pegarle o marcharse; y cualquier cosa que hiciera no alteraría la sensación de fraternidad, el vínculo profundo y espeso.” Es Josefina, la mucama de Angélica Inés (la loca) que es la hija de Jeremías Petrus, que a su vez es el dueño del Astillero, viejo lobo que pudo haber sido “a espaldas del destino” dueño de los días y las voluntades: “Jeremías Petrus, emperador de Santa María (...) y Astillero. Petrus, nuestro amo, velando por nosotros, nuestras necesidades y nuestra paga.” Petrus es el símbolo del juego absurdo de poder que juega Larsen, es su par y su contrario. Larsen piensa de él que: “no es una sonrisa esa arruga bien repartida que hace. No le importa nada ni nadie, y yo no soy yo, ni siquiera el cuerpo numero 30 o 40 que está ocupando esta noche el invariable Gerente General del Astillero (...) me lleva la otra ventaja de que, sinceramente, lo único que le importa es el juego y no lo que pueda ganar.”

Angélica Inés es la puerta de acceso a ese mundo idealizado, un mundo irreal, lejano y abandonado, al igual que el pasado de Larsen. Un mundo de desquites donde se imaginaría cómodo al calor de la chimenea mientras vive casado con “la loca” hija de Petrus, una chica extraña en su inocencia, corpulenta, con “una extraña manera de andar, de gorda, de mujer en cinta que busca equilibrarse” este personaje aparece también bajo el espectro de algo que jamás se concreta, como si siempre fuera a ser niña.

Algo magnífico de Onetti es que nos presenta la realidad de sus personajes mediante los pensamientos de los mismos, hay una complicidad cariñosa entre el lector y el personaje que se abandona a pensar, como Angélica Inés pensando de Larsen: “empiezo a sudar, a dar vueltas, dos horas, una hora antes de que llegue. Porque tengo miedo y miedo también de que no venga. (...) Pienso verdades de noche, cuando él no está y cuando encendemos velas a los santos y a los muertos. Pero en la glorieta siempre pienso mentiras; me habla, le miro la boca, le doy una mano, y él explica con paciencia quién soy y cómo.” Entonces la única posible verdad de la vida de estos personajes es su propia consciencia. Así como una posible verdad de esta historia sean los guiños que hace el autor como partícipe en la novela (hablando en partes de dos capítulos en primera persona del plural) o como narrador omnisciente que refuta o pone en duda los propios testimonios de los personajes, así al final, Larsen se despoja de todo juego, cansado hasta de su propia incredulidad “aceptó sin reparos la condición de estar muerto” presiente el fin, un rebote o un tiro por la culata que se viene contra ese mundo interior que es su propia bendición y condena.

Todo lo que ha fingido él, o han actuado en conjunto, el teatro ambiguo de las relaciones se desvanece de una manera trágica pero lejana, como un sueño inverosímil y delicado. Larsen piensa: “llega el momento en que algo sin importancia, sin sentido, nos obliga a despertar, y mirar las cosas tal como son” entonces, inclusive su muerte es algo relativo, porque pudo haber sido cualquier otro tipo como él, o alguien notoriamente diferente. Nos queda el beneficio de la duda con la existencia de tan fascinante personaje, que al final de la novela “murió de pulmonía en El Rosario antes de que terminara la semana y en los libros del hospital figura completo su nombre verdadero”.







LOS ESCENARIOS: EL ASTILLERO Y OTROS FANTASMAS               
       
“El Astillero abandonado, donde se herrumbran fierros y vidas” El Astillero es el leit motiv de la novela, aunque los sucesos subyacentes giren alrededor de las acciones. Es un edificio grande y cúbico, donde el viento frío de invierno entra por las ventanas desnudas del lugar, entre osamentas de máquinas y rincones olvidados. Con “una luz gris y desanimada” pero más allá de esta apreciación, el Astillero es un cúmulo o un batallón de fantasmas, un lugar decrépito que sin embargo es una especie de reflejo de lo que fue alguna vez. Donde hay gente que trabaja esperando eternamente una paga que nunca llega. No se sabe más del personal común de este lugar, llegan los rasgos colectivos de los trabajadores como una seña lejana e ininteligible.

El edificio del Astillero en definitiva es la gran farsa del viejo Petrus y el ambiguo pretexto de Larsen. Onetti crea unas atmósferas impresionantes en la novela. El invierno es otro fantasma, siempre con la lluvia y el viento entre los días, siempre con la amenaza latente de la primavera que hace que “los primeros brotes nos llenen de impaciencia y vayan convirtiéndose en enemigos de la escarcha y las pesadas nubes corpóreas, en hijos desterrados y nostálgicos de una primavera interminable.”

Al igual que el pueblo de Santa María, que llega a ser también un enigma cuando se indaga en la novela el pasado de Larsen. También está la glorieta, donde se producen los encuentros entre Angélica Inés y Juntacadáveres, pero aparte de ser sólo eso: una glorieta, es una especie de templo donde los dos pueden fingir con sinceridad, interactuar ahí, junto a su puerta oval, sus sillas y su mesa de piedra blanca, con el frío que entra por los costados, situada en un jardín lleno de estatuas igualmente blancas, donde Larsen “avanzaba entre olores y alturas vegetales, descubierto, entre los dos muros de la noche rápida perforados por la inmovilidad blanca de las estatuas” el mismo jardín de la gran casa del viejo Petrus, ese otro misterio alzado entre los arbustos, ambicionado por Larsen, la casa donde vivía Angélica Inés con el viejo y la mucama, con las ventanas superiores grandes y amarillas, y elevada para prevenir desgracias con los desbordes del río que también susurra su presencia en el transcurso de toda la novela.

Luego tenemos la Casilla, que es una dulce pocilga habitada por una mujer embarazada, un tipo que estorba sutilmente y que termina matándose, arrojándose al río, y dos perros hocicudos que siempre están al lado de ella. La Casilla es un simulacro de hogar, ahí se juntan las amistades y sus armisticios, entre Larsen, “la preñada” como él le decía, Gálvez: el hombre que estorbaba y Kunz, otro de los fantasmas que trabajaban en esa dimensión inhóspita del Astillero. Ahí se reunían a cocinar o a beber, “en el rincón de la Casilla que llamaban cocina”. Los escenarios son pocos, pero son cerrados o asfixiantes, no necesariamente kafkianos, insinúan oscuridad. Son muy bien logrados por el autor.







CONCLUSIÓN: EL SUSPENSO ABIERTO

Esta novela angustia. No tiene una fórmula secreta ni formal, pero está muy bien escrita, el lector llega a compenetrarse con el personaje, con las atmósferas y con la manera cómo Onetti desarrolla un suspenso que nunca termina: “Hubo, es indudable, aunque nadie puede saber hoy con certeza en qué momento de la historia debe ser colocada, la semana en que Gálvez se negó a ir al Astillero.”

Su prosa es sobria sin dejar de ser poética y exaltante,  juega a manera de interpolación (siempre con el beneficio de la duda) del autor con los lectores e inclusive los personajes: “...pero no cree en ella (...) tampoco cree que Kunz –que talvez esté vivo y talvez lea este libro- haya mentido voluntariamente.” Onetti se nos presenta cómplice y extraño a la vez, como absuelto de responsabilidad en la experimentación: “Ahora, en la incompleta reconstrucción de aquella noche, en el capricho de darle una importancia o sentido históricos (...) haciendo trampas con todas estas cosas que a nadie interesan y que no son imprescindibles, llega el testimonio del barman del Plaza.” Hay muchas historias aparentemente inconclusas, que son subhistorias de todo lo que se desarrolla ahí dentro. Utiliza muchísimo los recursos psicológicos: crisis internas de algunos personajes, monólogos que incomodan de alguna manera. El tiempo de la novela es simbólico y contemporáneo, porque Onetti manipula las técnicas, sobre todo las pausas, las proyecciones y digresiones; pero también encontramos una narrativa lineal que insinúa un siglo veinte un poco maduro y que termina en la muerte de Larsen.

Todas las huellas que nos remite esta novela (que bien puede ser “forma contenido y contenido forma”, como dice José Donoso) son sorprendentes desde una lectura inocente o liviana pero crítica. Donde siempre se aprende que las formas de escribir son infinitas, aunque talvez no los contenidos, pues como dice el Eclesiastés: “no hay nada nuevo bajo el sol”. Es una novela complicada y atrayente, una explicación difícil de algo que no existe; más o menos como dice Onetti en una de sus digresiones: “...siempre es difícil hablar del amor y es imposible explicarlo; y más si se trata de un amor que nunca conoció el que escucha o lee, y mucho más si sólo queda, en el narrador, la memoria de los simples hechos que lo formaron” nuevamente la imposibilidad, el desencuentro. Odiar a la literatura desde la literatura, como alguna vez escribió Cortázar, refiriéndose a Morelli, ese personaje que transita por Rayuela.


Javier Lara Santos
Quito, agosto de 2004.




martes, 9 de agosto de 2011

VALLEJO VISTO POR PERCY

(A partir de un borrador de César Vallejo)

Crack. Hizo una especie de lluvia en los museos. Ojo de madera. Ojo de humo de madera. Crack. Lo he visto, iba corriendo tras el color ocre de la batalla. Lo he visto. Crack. -Santa Martiria de la Benzina-, es dentro del color donde vivimos como momias, súbditos del señorío, Crack, No! es dentro del color de Szyszlo donde estamos sumergidos hasta el fango de la vida, Crack. Hoy. Hoy. Hoy. Te vi, te vimos, Poeta viendo al sureste del Poeta. No fue la bomba. Arco de hierba a la piel del día. Pum. fue esa, la tinta, el fondo del color como un sueño espeso, clavos de azúcar oxidada. El color a través de la ventana es la superficie. Szyszlo como una gran mancha en la mitad del corazón, del corazón del cuadro que está en la nada de la pared. Crack, fue esa, la tinta, la abeja, Crack, ese no poder decirte ni el mechón de pelo, Poeta. Una máquina inacabada por el tiempo y para el tiempo, Crack, la tinta a la altura de los ojos. Oscuro dentro de lo Oscuro. Las costillas del mar, Crack, Pum, Bing, Oh, D'ouh, Ich. Crack, te vi.
Ibas corriendo tras el color de la batalla.