Caminan con la frente en alto, fumando el aire entre los dedos. Se han tomado las plazas, los parques, las calles, a manera de deuda histórica para reivindicar la legitimación de su gremio. En el centro histérico, se pueden conseguir tours temáticos dirigidos por algún ex caporal, entre los sitios más visitados por los turistas están la plaza del estupro, la calle de las puñaladas, la avenida del soborno, el museo de la sevicia, el estadio nacional del suplicio, el monumento a la felación no consentida, etc.
En ocasiones alguna turista del primerísimo primer mundo, jubilada y forrada en billetes como un animal disecado, -cargando su orden higiénico y estéril como una mochila de alpinista- logra conseguir un hospedaje en la casa de algún violador en la ruta de los tours convenidos, allí se instalan por semanas y hasta por meses, a veces sólo asoman llorando desconsoladamente en los balcones con pañuelos blancos, como fantasmas distópicos, fantasmas del futuro, otras veces andan por las casas de los delincuentes, desnudas y semitransparentes, mostrando su flacidez profiláctica, vociferando maldiciones, con el propósito de provocar que los dueños de casa las zarandeen a golpes, las arrastren de los pelos por los pisos de madera de las casas antiguas, y -si tienen suerte-, que las ultrajen con la violencia más exquisita de su gusto.
Aunque los domingos por la tarde, sin falta, en la plaza del estupro, violadores y turistas jubiladas se reúnen a tomar el sol. Entre helados de sabores y palomas gordas como raposas, se dan uno que otro beso, como si nada, esperando que anochezca, -o que amanezca- para ver las fogatas a lo lejos.
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