sábado, 22 de enero de 2011

Amor meus, Pondus meum.*


La Palabra de Francisco Granizo Rivadeneira (Quito 1928 - Puembo, 21 de enero 2009) es una invocación de toda ausencia, de toda poética genuina que nace del silencio. El verbo, nada más el verbo, es esa acción que sin embargo se traslada de la sombra a la sombra.


La obra de Granizo es una consolidación de la musicalidad y la rima, no se ha dejado vencer por las modas literarias ni por novedades estéticas que a la vez fugaces son efímeras, esta poética nos recuerda a los clásicos como Góngora, o Quevedo, aunque en el mismo hecho de que estos dos poetas fueran rivales, en Granizo se encuentra esa congregación de las escuelas clásicas, con sus Sonetos del amor total, por ejemplo, la rima y el manejo de las imágenes es una constante que remite a la catarsis del lector: a la posibilidad de ser atrapado por el ritmo de los versos; es decir, es una poesía verdadera donde las palabras dejan espacio a la ausencia, a la pausa del silencio en toda existencia.
Otra de las voces que se puede escuchar a través de su poesía puede ser la del poeta español Vicente Aleixandre, que utiliza esa fuerza lírica para mostrar o sublimar el deseo del amor o de la muerte. Como en La destrucción o el amor, el español, al igual que el ecuatoriano, sabe utilizar esa dualidad del sentido en las maneras de formar sus versos.

Granizo reclama callado, respira desde lejos mientras las palabras de sus versos van formando columnas de un mármol hecho de piel, una piel que se estremece mientras se vuela por las líneas de la página. Granizo también reclama cantando, es una bella plegaria que no cae en lo religioso, pero tampoco es una petición de absolutos, de dioses que salven el día. El poeta sabe de la muerte de Dios, y por eso mismo lo invoca, porque sabe que toda perfección está en la ausencia.
Así, en este sentido de manejar la dualidad nos recuerda uno de los títulos que más peso simbólico tiene en sus libros: Muerte y caza de la madre, como Aleixandre con su libro citado anteriormente, tenemos aquí una luz que se cierra cegándonos por un momento y que se vuelve a abrir para dejarnos entrever el secreto no vedado de lo que se busca, la vida y la muerte, la ausencia o la presencia, lo que es y lo que no es. La palabra y su esencia: el silencio.

Los temas para la poesía de Granizo son los temas universales de toda creación literaria, temas que jamás se agotarán, el amor, la vida y la muerte. El poeta habla, canta a un amor total, como puede traducirse en amor celestial, pero también muestra el otro lado del amor, el amor que cae en lo real, en lo concreto, aunque siempre esté inmerso en un erotismo 'celestial' si se quiere, y a la vez un reclamo como un canto de plegaria hacia el 'creador', hacia el ser amado, entregando siempre desde su condición de animal poético toda la existencia por él supurada en las palabras que deja en los versos, sacrificando toda manera gratuita de percibir, toda manera miope o limitada de sentir el amor en todas sus formas y expresiones.
Amor meus, pondus meus. Esa frase de San agustín revela toda la poética y la intencionalidad de Francisco Granizo. Cada uno se vuelve aquello que ama. El poeta deja su presencia en cada verso, nos habla de un amor inalcanzable y por lo mismo sagrado, pero a la vez nos muestra ese aroma de la carne, un aroma casi santo, santificado por la esencia del sufrimiento humano, por la incomprensión o la incapacidad del vulgo de aprehender ese sentimiento que sobrepasa toda lógica humana, por eso el poeta, reclama y canta a la vez.
Y esto recuerda a la frase de una de las primeras páginas de la novela de Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche: ‘el amor es el infinito puesto al alcance de un caniche’ es decir, tanta luz abierta en esa fuerza, que es incompresible a ojos humanos poder asir la totalidad de esa claridad.
Así el poeta Granizo, emprende el viaje hacia su propia noche, hacia el fin de todo, que es el principio a su vez, es decir, la crucifixión de amar, para él, es de alguna manera una inmolación para que fluya libre la palabra, llevando el mensaje de ese sentimiento, y que no se quede estancada ni en lo carnal ni en lo ideal. Francisco Granizo ha dejado ese faro encendido, ha sabido quemar sus naves para quedarse ya perfecto como lo que buscó siempre: esa ausencia que está rediviva en la poesía, esa sospecha de lo eterno escapándose en plena fugacidad de la lectura, de la creación también.
A la vez que el amor es su propio peso también es su liberación, y esa liberación nos lleva al segundo epígrafe del mismo libro citado, ‘Anima, vagula, blandula.’ de Adriano, recogido por Marguerite Yourcenar. Es decir ‘frágil alma a la deriva,’ o ‘alma vagabunda y cariñosa.’ Según las traducciones -el mensaje es el mismo- aunque tuvo desde siempre la conciencia de su cárcel, de ser presa del amor, también tuvo la valentía de volar alto por el mismo hecho de ser reo -real o figurado- entonces la levedad de su vuelo lo hizo ya inmortal, y será como el amor que invocó. Aunque talvez más eterno que la frase de Vinicius de Moraes: ‘mas (que el amor) sea eterno en cuanto dure’.


a Paco Granizo
(las cursivas son títulos de sus obras) 

Escuché
el sonido de tus pasos
por el breve polvo
sobre
la piedra.

Y como Fedro
rememorando el canto
de un soneto del amor total

pasó
el vuelo de tu nombre
sobre la piscina
y era ya nada más el verbo
lo que nos unió en levedad.















'Amor meus, Pondus meum': 'Mi amor es mi peso' San Agustín.

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